
«Tengo muchas ganas de vivir»
Una conversación con Joana Capó Reus es una lección de coraje, valentía y feminismo. Porque quien la conoce sabe bien que ‘la madona’ de Fusteria Campanet no es una mujer cualquiera.
Texto: Vanesa Sánchez
Fotografías y vídeo: Javier Fernández Ortega
Cada mañana, al despertar, da gracias a Dios por un día nuevo. “Rezo al levantarme y rezo al irme a dormir. Soy una gran devota de Santa Rita, incluso guardo una estampita en mi mesita de noche”. No ha de extrañar esa devoción, porque no hay nada imposible para Joana Capó Reus (Campanet, 1945) que, a sus 76 años, sigue teniendo muchas cosas por hacer. “Aún conduzco, voy a nadar, gestiono una finca de alquiler vacacional, ayudo a mi hijos en la empresa y disfruto siendo abuela”. Y lo dice todo con una voz alegre, repleta de amor, que se llena de anécdotas al recordar una historia, la suya y la de Fusteria Campanet, que no serían la una sin la otra. “Yo tengo muchas ganas de vivir”, así, como leitmotiv durante toda esta entrevista. Y se contagia la risa.
Cuando se le pregunta a Joana sobre si se considera una mujer corriente, afirma rotundamente que sí: “normal y optimista”. Pero su vida no ha sido ni normal ni alegre durante mucho tiempo. Ya de pequeña mostraba su talante. “Era una niña rebelde, mandona y contestona que aprendió pronto a valerse por sí misma”. No le quedó más remedio, pues su padre murió cuando ella tenía apenas 9 años y hubo poco tiempo para las lamentaciones. “Mi madre siempre me decía que tenía que estudiar para poder tener un futuro mejor. Pero a los 14 años decidí que no quería ir más al colegio y me pusieron a trabajar. Comencé a ir a una casa de modas en Inca y así fue como me hice modista”. En ese quehacer diario, en ese trayecto de ida y vuelta en autobús que la llevaba y traía desde su casa de Campanet a la capital del Raiguer, fue cuando Joana conoció a Miquel Payeras, el “hombre de su vida”. “Tenía unos ojos que parecían ventanas y unas pupilas que eran persianas”, recuerda nostálgica. “Era inevitable que nos enamorásemos. Pero no fue sencillo, por sus miedos, porque yo era muy joven, y porque en mi casa tampoco aceptaron al principio la relación por esa diferencia de edad. Pero me impuse y logramos casarnos. Yo tenía 21 años y él, 36”. No hubo luna de miel tradicional, “pues todo el dinero lo habíamos invertido en la compra de un piso. Lo que sí hicimos fue dar la vuelta a Mallorca en un 600 que nos dejó un amigo”. Esos amigos que estuvieron siempre en los malos momentos.
Si la vida fuese una película, el guion de una comedia románticas narraría que Joana y Miquel tendrían hijos, verían crecer a sus nietos y morirían de mayores. Pero la realidad siempre tiene otros planes. Nacieron Pedro José (1968) y Miquel (1973) -en el 75 nació la benjamina, Francisca- y Joana y su marido se volcarían en el sueño familiar. “Miquel llevaba mucho tiempo trabajando en una carpintería en Palma pero lo que quería era montar la suya propia”. Así que regresaron desde Ciutat, Joana dejó de coser para ayudar a Miquel y así nació Fusteria Campanet. “Para mí fue difícil volver al pueblo, después de vivir tantos años en Palma, y eso que al principio me costó adaptarme al ritmo de la ciudad. Pero luego aquí estuvimos bien. Empezamos a construirnos la casa en la que vivo actualmente y Miquel levantó la carpintería. No llegó a ver terminado el que sería nuestro hogar”. En 1981, Miquel moría de un infarto repentino dejando a Joana con tres niños de 12, 8 y 6 años. “Ese día no se me olvidará nunca. Recuerdo que estábamos en la sobremesa, que le di un abrazo y que le dije: ‘¿sabes que tienes que volver a llevar a los niños al colegio e ir a trabajar?’ Y así nos despedimos. Yo me fui a hacer también un par de recados y cuando llegué a casa me encontré con la fatal noticia”. “Siempre había sido una mujer activa, con iniciativa, pero aquello me dejó rota. Tenía tres hijos pequeños y un negocio que acababa prácticamente de arrancar. ¿Qué podía hacer?”, reflexiona.
La solución más fácil hubiera sido vender la carpintería y sacar a la familia adelante con otro trabajo, pero Joana -que tuvo que enfrentarse casi sin tiempo al duelo por su marido al cáncer de vesícula que le diagnosticaron a su madre, que moriría 13 meses después- optó por la decisión más complicada. “Yo no tenía ni idea de cómo era el día a día en una carpintería, pero es que no tenía más remedio. Había que intentarlo. Gracias al contable de la empresa, que me echó una mano desde el principio, pudimos ir saliendo adelante”. No fue un camino de rosas, sino de espinas y machismo. “Imagínate, una mujer en un mundo de hombres. Muchos me aniquilaban con la mirada, pero yo nunca me achanté. Les dejé muy claro que yo era la que iba a tomar las decisiones, pero que quien mandaban eran los clientes. Algunos trabajadores se fueron, porque no vieron con buenos ojos que fuese una mujer las que manejara el negocio, otros me hicieron la vida imposible. Hoy, cuando coincidimos en la calle, muchos bajan la cabeza”. “Ahora no pasaría, porque es más normal que las mujeres dirijan proyectos, pero en aquella época era fue diferente”.
-¿Se considera feminista?
-Sí, aunque no vaya a la manifestación del 8M, creo que las mujeres merecen reivindicarse. Aún no estamos lo suficientemente reconocidas
-¿Si pudiese volver atrás, tomaría la misma decisión?
No sé qué contestarte. Yo lo hice, pero no fue fácil y hubo lágrimas. Con perspectiva, creo que si hay algo que me ayudó fue siempre el saber decir lo bueno y lo malo. Agradecer cuando el trabajo estaba bien hecho y regañar cuando no.
Es en este momento cuando Joana, emocionada, agradece la labor de sus hijos: “Pedro maduró de golpe y ejerció de padre para sus hermanos, además, enseguida cogió las riendas de la empresa. Miquel es la otra parte imprescindible de la carpintería y Francisca, que creció sin un padre, ha sido y es una buena niña que siempre ha estado apoyando y ayudando”. “Sé que mi marido, si los viera, estaría muy orgullosos de ellos. Mucho. De mí diría que he sido una mujer emprendedora”.
Aunque se reste méritos, Joana recibió el reconocimiento a su trabajo por parte de la Federació Balear de la Fusta, pero ella lo menciona de pasada y sin darle importancia, porque lo que le interesa es seguir gozando de buena salud para poder nadar cada día, coser y ver crecer a sus nietos. De la carpintería y sus necesidades se va desprendiendo poco a poco. “Y menos mal que mis hijos no me piden consejo, ya ha pasado ese tiempo. Sí sigo teniendo relación con los clientes más fieles de la empresa, es reconfortante”. Lo único que lamenta en estos días es haber cambiado alguno de sus hábitos “por culpa de la pandemia”. “Ya no me relaciono tanto con la gente, no viajo…”. Ojalá Santa Rita escuche cada noche su oración y veamos de nuevo a Joana bailar. Que también sabemos que lo echa de menos.